sábado, 20 de marzo de 2010

MI PADRE, EL REY


Ayer fue el día del Padre en España, y hoy cumpleaños del mío. Desde aquí quiero rendirle un pequeño homenaje y mandarle un beso muy grande.
Mi padre nos regaló a mi hermana y a mí una infancia repleta de magia, aventuras, imaginación, creatividad y sentido del humor. Como el protagonista de la película La vida es bella, él –que es de origen judío, qué casualidad– convirtió la nuestra en un juego, a lo que, por supuesto, contribuyó el carácter de nuestra madre, La Marquesona: aventurera y siempre joven. Dios los cría y ellos se juntan...
Así vivimos unos años mágicos, los primeros, en Banjul, donde ellos convirtieron nuestra vieja y destartalada casona colonial en una auténtica Casa Encantada en la que se mezclaban los lobos, cabritas y pajaritos azules imaginarios con los once loros, cinco gatos, el pelícano, el perro Dumbo y la mona Judith reales. Nuestra casa, siempre llena de gentes de diferentes colores y culturas, y donde la imaginación se confundía con la realidad...
Y luego, ya en nuestro humilde piso de Las Palmas de Gran Canaria, se las apañaron para convertirlo en un Gran Palacio adonde íbamos a jugar todas las Princesas del barrio.

¡¡Gracias, papaíto, te quiero!! ¡¡Y que cumplas muchos, muchos, más!!

Espero que pronto podamos celebrarlo y cantar juntos Agua del pozo de la Virgen Mejicana, porque tú sigues siendo El Rey.







(Que conste que en la primera y última foto está disfrazado, je, je...)

viernes, 19 de marzo de 2010

TODO PARA ELLOS


He estado casi un mes sin Internet y, cómo no, durante este tiempo han sucedido un montón de cosas. Hasta he pasado y superado –o casi– una pequeña gran crisis...
Lo primero, más triste y más importante, es que ha muerto Paul, el dueño del Podium. Creo que ya he mencionado anteriormente el Podium, un garito local en el interior de Bakau a donde solía escaparme algunas veces en los momentos bajos...
Paul era un hombre fuerte, grande, que no debía de sobrepasar los cuarenta. Su muerte y la de otras cuatro personas jóvenes en los últimos meses (en realidad dos eran niñas de ocho y catorce años) hizo que me cuestionara en qué condiciones estamos viviendo y acabara enfadándome con el mundo entero, con la especie humana en general, y dándole vueltas a la idea maquiavélica de que El hombre (entiéndase mujer también, pero por eso del machismo en el lenguaje lo dejamos en masculino, y porque de todas formas han sido ellos los que han gobernado a lo largo de la historia...) es malo por naturaleza. Porque, por un lado, parece que a los que tienen poder aquí poco les importa su pueblo (es gracioso –o lo sería si no fuera por lo trágico– pensar que cuando uno va a ciertos hospitales o farmacias* antes de recetarte y explicarte el diagnóstico –que por alguna extraña casualidad siempre es “malaria”– primero te ponen la cuenta delante y se aseguran de que puedas pagar). Y por otro, Tubaabuduu –Europa, el país de los blancos– no sólo se dedica a cerrar sus fronteras para que los pobres no puedan pasar, sino que también cierra los ojos para no ver la realidad de tantos millones de personas que tuvieron la mala suerte de nacer en el lado del mundo equivocado –o que ellos mismos contribuyeron a “equivocar”–, porque, claro, Ojos que no ven, corazón que no siente, y así es más fácil seguir inmersos en una espiral de consumismo, modas y mercado del todo irracional e inmoral. Espiral. Irracional. Inmoral. Espiral irracional inmoral.
Pero yo estoy aquí, y aunque en Gambia no haya guerras ni miseria extrema (el apoyo de la familia y la solidaridad vecinal hace que todo el mundo pueda comer), es un país pobre y las condiciones generales son difíciles... ¿Cómo no entrar en crisis cuando te toca de cerca? Incluso aunque algún día tuviera que volver al lado rico, ¿cómo vivir tranquila y cerrar los ojos también? No. Ya no es posible para mí. Creo que nunca lo ha sido, porque aunque mis padres me parieron allá y me dieron el pasaporte español, me crié aquí, y aquí vive y morirá mi alma... Por eso, y por haber sido testigo de los DOS MUNDOS (y digo dos, porque aunque en el colegio español me enseñaron que había un Tercer Mundo, yo nunca lo he visto, sólo dos: el Rico y el Pobre. Siempre dos. Incluso dentro de ellos mismos. Micromundos. Siempre dos: el RICO y el POBRE), mi sentimiento pesimista respecto al futuro de la humanidad se aviva por momentos. ¿Cómo creer en un futuro justo cuando al Primer Mundo le importa un bledo el Segundo y, a menos que sucedan grandes tragedias como las de Haití, se cierran puertas, ojos y bocas?
En fin, que entré en crisis, sí señora. Pero, como gracias a mi naturaleza gambiana, soy de entraña optimista, pronto he vuelto a sonreír y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida cotidiana –que aquí se valoran más–. El sol vuelve a salir calentito todos los días. La playa y el paisaje verde y frondoso siguen ahí gratis. La gente toca los tambores, baila y sonríe. Los pájaros cantan en el jardín; las abubillas siempre consiguen arrancarme alguna carcajada con sus diálogos escandalosos. Y el hombre de la gabardina no deja de preguntarme cuándo llega mi hermana con su transistor... Sabe que le dije un mes, pero su concepción del tiempo es diferente, así que se hace el encontradizo casi todos los días y me regala más collares con la esperanza de que llegue el momento en que ponga en sus manos el tan preciado regalo...
La vida continúa para los que estamos vivos y tenemos que celebrarlo. No sé por qué –o tal vez sí– yo lo hago estos días recordando mi poema favorito (de Juan Ramón Jiménez):


ELLOS
TODO para ellos, todo, todo:
viñas, colmenas, pinos, trigos...

–Yo, bastante
he tenido
con mi ilusión de luz,
con mi acento divino.
He sido cual la rosa, todo esencia;
Igual que el agua, sólo desvarío;
Y fueron ellos tierra sana a mi raíz ansiosa
y cauce humano a mi raudal altivo–.

...Todo que si ellos no han pensado nunca,
¡qué pobres habrán sido!


( * He de aclarar que aquí en las farmacias se diagnostica y receta sin necesidad del paso previo por la consulta médica, lo cual se presta a que en algunas de ellas traten de venderte lo más caro o lo que a ellos les interesa en ese momento. Casi igual que las mafias farmacéuticas del Primer Mundo, pero con la diferencia de que aquí la mayoría de la gente no tiene dinero y que los servicios sanitarios son precarios).