miércoles, 14 de abril de 2010

MI JARDÍN: LA EXCURSIÓN DE INGLESES


Estos días iba a hablar de los pájaros de mi jardín, pero ayer ha sucedido algo insólito –o no tanto, tratándose de mi jardín mágico, donde todo es posible–, que me ha hecho cambiar de planes.
Todo empezó con la visita al Sunshine hace unas semanas de Amely y Lula (lo escribo como suena en español), dos niñitas inglesas muy lindas que vinieron con sus padres. Juntos han tamboreado, bailado con los chicos y, sobre todo, jugado con los cachorritos de Victoria, nuestra perra-nieta, hija de Hunter y Suzzy, nuestras mascotas. Pero ésta ha sido una semana de sustos, casualidades y causalidades... El martes pasado esterilizamos a Suzzy y, en vez de dejarla en el jardín del Sunshine, que es donde todos ellos han decidido vivir –seguramente huyendo de las moscas de los mangos de nuestro compound–, la trajimos a casa para resguardarla de las posibles infecciones. Suzzy es grande y fuerte, una luchadora nata. Pero Victoria es más pequeña y frágil, y los perros salvajes de los manglares aprovecharon la ausencia de su madre para atacarla por la noche junto a su camada. La hirieron levemente, pero lo peor fue que tres de los cachorros habían desaparecido y los otros dos fueron escondidos por ella durante la mañana. Tras una intensa búsqueda conseguimos encontrar el escondrijo y la sorpresa fue grande cuando comprobamos que estaban todos, los cinco, ¡la madraza había conseguido ponerlos a salvo! Por supuesto, nos los llevamos a casa y les acondicionamos un pequeño cobertizo del jardín...
Cuando Amely y Lula llegaron al Sunshine se llevaron un gran disgusto al no encontrar a los pequeñines, así que Samba –nuestro guardián– y yo las trajimos a casa para que pudieran verlos. Hasta aquí todo normal. Sin embargo, al día siguiente, mientras Lamin y yo nos disponíamos a almorzar, tocaron a la puerta de fuera y al abrir me encontré a Samba con las dos hermanitas y al menos seis niñas más –algún niño también entre ellas–, todos inglesitos, de diferentes tamaños y colores, que iban del blanco al rosa chicle... Y los dejamos visitando a los perros y trasteando por allí... Al rato, mientras comía, me picó la curiosidad y me asomé por la ventana: entonces había también algunos padres y madres sacando fotos y vídeos. ¡Tenía una excursión en toda regla de ingleses en mi jardín! Si no llega a ser porque el año pasado me lo encontré una mañana lleno de gente –entre ellos algunos ingleses también– para celebrar una boda secreta, me habría sorprendido... (Eso lo contaré otro día).

sábado, 20 de marzo de 2010

MI PADRE, EL REY


Ayer fue el día del Padre en España, y hoy cumpleaños del mío. Desde aquí quiero rendirle un pequeño homenaje y mandarle un beso muy grande.
Mi padre nos regaló a mi hermana y a mí una infancia repleta de magia, aventuras, imaginación, creatividad y sentido del humor. Como el protagonista de la película La vida es bella, él –que es de origen judío, qué casualidad– convirtió la nuestra en un juego, a lo que, por supuesto, contribuyó el carácter de nuestra madre, La Marquesona: aventurera y siempre joven. Dios los cría y ellos se juntan...
Así vivimos unos años mágicos, los primeros, en Banjul, donde ellos convirtieron nuestra vieja y destartalada casona colonial en una auténtica Casa Encantada en la que se mezclaban los lobos, cabritas y pajaritos azules imaginarios con los once loros, cinco gatos, el pelícano, el perro Dumbo y la mona Judith reales. Nuestra casa, siempre llena de gentes de diferentes colores y culturas, y donde la imaginación se confundía con la realidad...
Y luego, ya en nuestro humilde piso de Las Palmas de Gran Canaria, se las apañaron para convertirlo en un Gran Palacio adonde íbamos a jugar todas las Princesas del barrio.

¡¡Gracias, papaíto, te quiero!! ¡¡Y que cumplas muchos, muchos, más!!

Espero que pronto podamos celebrarlo y cantar juntos Agua del pozo de la Virgen Mejicana, porque tú sigues siendo El Rey.







(Que conste que en la primera y última foto está disfrazado, je, je...)

viernes, 19 de marzo de 2010

TODO PARA ELLOS


He estado casi un mes sin Internet y, cómo no, durante este tiempo han sucedido un montón de cosas. Hasta he pasado y superado –o casi– una pequeña gran crisis...
Lo primero, más triste y más importante, es que ha muerto Paul, el dueño del Podium. Creo que ya he mencionado anteriormente el Podium, un garito local en el interior de Bakau a donde solía escaparme algunas veces en los momentos bajos...
Paul era un hombre fuerte, grande, que no debía de sobrepasar los cuarenta. Su muerte y la de otras cuatro personas jóvenes en los últimos meses (en realidad dos eran niñas de ocho y catorce años) hizo que me cuestionara en qué condiciones estamos viviendo y acabara enfadándome con el mundo entero, con la especie humana en general, y dándole vueltas a la idea maquiavélica de que El hombre (entiéndase mujer también, pero por eso del machismo en el lenguaje lo dejamos en masculino, y porque de todas formas han sido ellos los que han gobernado a lo largo de la historia...) es malo por naturaleza. Porque, por un lado, parece que a los que tienen poder aquí poco les importa su pueblo (es gracioso –o lo sería si no fuera por lo trágico– pensar que cuando uno va a ciertos hospitales o farmacias* antes de recetarte y explicarte el diagnóstico –que por alguna extraña casualidad siempre es “malaria”– primero te ponen la cuenta delante y se aseguran de que puedas pagar). Y por otro, Tubaabuduu –Europa, el país de los blancos– no sólo se dedica a cerrar sus fronteras para que los pobres no puedan pasar, sino que también cierra los ojos para no ver la realidad de tantos millones de personas que tuvieron la mala suerte de nacer en el lado del mundo equivocado –o que ellos mismos contribuyeron a “equivocar”–, porque, claro, Ojos que no ven, corazón que no siente, y así es más fácil seguir inmersos en una espiral de consumismo, modas y mercado del todo irracional e inmoral. Espiral. Irracional. Inmoral. Espiral irracional inmoral.
Pero yo estoy aquí, y aunque en Gambia no haya guerras ni miseria extrema (el apoyo de la familia y la solidaridad vecinal hace que todo el mundo pueda comer), es un país pobre y las condiciones generales son difíciles... ¿Cómo no entrar en crisis cuando te toca de cerca? Incluso aunque algún día tuviera que volver al lado rico, ¿cómo vivir tranquila y cerrar los ojos también? No. Ya no es posible para mí. Creo que nunca lo ha sido, porque aunque mis padres me parieron allá y me dieron el pasaporte español, me crié aquí, y aquí vive y morirá mi alma... Por eso, y por haber sido testigo de los DOS MUNDOS (y digo dos, porque aunque en el colegio español me enseñaron que había un Tercer Mundo, yo nunca lo he visto, sólo dos: el Rico y el Pobre. Siempre dos. Incluso dentro de ellos mismos. Micromundos. Siempre dos: el RICO y el POBRE), mi sentimiento pesimista respecto al futuro de la humanidad se aviva por momentos. ¿Cómo creer en un futuro justo cuando al Primer Mundo le importa un bledo el Segundo y, a menos que sucedan grandes tragedias como las de Haití, se cierran puertas, ojos y bocas?
En fin, que entré en crisis, sí señora. Pero, como gracias a mi naturaleza gambiana, soy de entraña optimista, pronto he vuelto a sonreír y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida cotidiana –que aquí se valoran más–. El sol vuelve a salir calentito todos los días. La playa y el paisaje verde y frondoso siguen ahí gratis. La gente toca los tambores, baila y sonríe. Los pájaros cantan en el jardín; las abubillas siempre consiguen arrancarme alguna carcajada con sus diálogos escandalosos. Y el hombre de la gabardina no deja de preguntarme cuándo llega mi hermana con su transistor... Sabe que le dije un mes, pero su concepción del tiempo es diferente, así que se hace el encontradizo casi todos los días y me regala más collares con la esperanza de que llegue el momento en que ponga en sus manos el tan preciado regalo...
La vida continúa para los que estamos vivos y tenemos que celebrarlo. No sé por qué –o tal vez sí– yo lo hago estos días recordando mi poema favorito (de Juan Ramón Jiménez):


ELLOS
TODO para ellos, todo, todo:
viñas, colmenas, pinos, trigos...

–Yo, bastante
he tenido
con mi ilusión de luz,
con mi acento divino.
He sido cual la rosa, todo esencia;
Igual que el agua, sólo desvarío;
Y fueron ellos tierra sana a mi raíz ansiosa
y cauce humano a mi raudal altivo–.

...Todo que si ellos no han pensado nunca,
¡qué pobres habrán sido!


( * He de aclarar que aquí en las farmacias se diagnostica y receta sin necesidad del paso previo por la consulta médica, lo cual se presta a que en algunas de ellas traten de venderte lo más caro o lo que a ellos les interesa en ese momento. Casi igual que las mafias farmacéuticas del Primer Mundo, pero con la diferencia de que aquí la mayoría de la gente no tiene dinero y que los servicios sanitarios son precarios).

sábado, 13 de febrero de 2010

LA CASA DE LOS ESPÍRITUS

Esta semana iba a hablar del susurro del diablo. Lo escuché clarito el otro día de madrugada, antes de los rezos del amanecer. Estaba dormida y me despertó un susurro espeluznante al lado de mi ventana. Primero pensé que me lo había imaginado, pero cuando lo oí por segunda vez ya no supe qué pensar. Me asusté. Era una escalofriante voz ronca, muy cercana, casi dentro de mí: «Aaaaaah... Aaaaaah...». Esos días había estado hablando con un joven mandinka muy emprendedor que ha tenido mucha mala suerte con los diferentes negocios que ha intentado en el último año y que estaba convencido de que alguien trataba de hundirlo con magia negra; me advirtió de que seguramente también estaban yendo a por mí, porque ese «alguien» quiere ser el Rey de Bakau y enferma de celos cuando a otros les va bien... Lo sabemos. Y mucha gente de por aquí le odia tanto como le teme, y cree que tiene poder para hacer que enfermemos, volvernos locos o, incluso, empujarnos al suicidio o a una muerte repentina... ¡Uf!
«Joder –pensé–, a ver si van a tener razón y me han echado al diablo encima, o me estoy volviendo loca...». Pero yo lo escuchaba clarito, clarito... Primero: «Aaaaaah... Aaaaaah». Después: «Baaaaaah... Baaaaaah». Y al rato: «Beeeeeeh... Beeeeeeh». ¡Era una cabra! Por la voz bronca, casi humana, me imaginé un viejo macho cabrío, seguramente enfermo, ya moribundo, y de todas formas muy parecido a esas representaciones que se hacen del diablo con cabeza y patas de cabra... Sí, debían de parecerse, ¡hasta hablaban igual!
Sólo al par de días descubrí en el compound de los vecinos que no se trataba de un macho viejo y diabólico, sino de un baifito muy tierno al que acababan de separar de su madre. Aunque siguió pareciéndome extraño que aquella voz aterradora saliera de un animalito tan adorable...
Hoy, cuando me senté al ordenador, dudaba si escribir sobre el susurro de un diablo inexistente o no, y mientras pensaba en ello el diablo se escapó y se me echó encima otra vez. Las luces de la casa empezaron a encenderse y a apagarse; los ventiladores también; la conexión a Internet iba y venía; el aparato de música se volvió más loco de lo que suele estar normalmente; y todos los enchufes comenzaron a susurrar endiabladamente...
Ya he comentado en alguna ocasión que esta casa es una ruina. Fue una de las primeras en construirse en esta zona –al borde de la playa de Cape Point– ahora llena de chalecitos y mansiones de gente importante, y, en consecuencia, el patito feo de la calle. Está tan vieja que no hay nada que funcione medianamente bien: las tuberías no tienen capacidad para traer agua cuando otros vecinos la están usando –o sea, casi siempre–; las termitas se comen las puertas; las salamanquesas, lagartijas, arañas gigantes... se esconden detrás de los cuadros; las avispas anidan en los mosquiteros rotos de las ventanas; las cerraduras abren cuando quieres cerrar o se cierran para siempre cuando quieres abrir; las cisternas se rebosan cuando tienen agua; el termo no calienta... El dueño, como vivía en el Congo, ha ido poniendo parches como ha podido, y nosotros, como no podemos permitirnos mudarnos ahora, hemos aguantado como hemos podido también. Como poco coco como, poco coco compro... (No, no me he vuelto majara, es que advertí cuántos «como» he escrito en la última frase. Pero queda bonito).
Hoy ha pasado Sandra por aquí. Venía a llevarse algunos libros entre los que se encontraba La casa de los espíritus, que todavía no había leído. Ella –catalana pero residente en Bakau desde hace unos meses y acostumbrada ya a los «pequeños» inconvenientes de nuestra vida diaria aquí–, se quedó asombrada cuando vio que las luces se encendían y apagaban como locas y que los ventiladores comenzaron a soltar estertores demoníacos. «Nena –me dijo agarrando el libro de Isabel Allende–, yo me voy, que La casa de los espíritus ya la tienes tú aquí».

(Más tarde llegaron los de NAWEC –National Water & Electricity Company–. Por una vez el problema no estaba dentro de la casa, sino en el poste de fuera, y lo solucionaron rápidamente. Todo ha vuelto a la «normalidad». Y por fin he podido volver a utilizar el ordenador y sentarme a escribir esta entrada sin más diablos que me molesten).

jueves, 4 de febrero de 2010

COSAS QUE NO FUNCIONAN

Aquí hay muchas cosas que no funcionan, funcionan al revés, o simplemente lo hacen con los apaños más ingeniosos e inverosímiles: un coche arreglado con unas medias de mujer; un ventilador con cinta adhesiva que no pega; una tubería con una lata de tomate; un ropero del que, después de armado, aparecen como por arte magia los tornillos sin usar; unas gafas con los cristales de otra pegados con La Gotita –aquí Super Glue– (esta ha sido mi más complicada obra de ingeniería, porque lo de unir los cables de la lavadora que las ratas se comieron fue bastante fácil con los plastiquitos que aún me quedaban en la caja de herramientas; caja que ahora gime vacía en el trastero suplicando por unas alcayatas)...
Cuando yo era pequeña solía personificar todos los objetos a mi alrededor y hablaba con ellos. Ahora son ellos los que tratan de volverme loca y hablan conmigo. El aparato de música, si trato de subir el volumen, va y me contesta que no, que no intente luchar con él, porque su botoncito es sólo para bajarlo, y si me enfado se pone a "0" y ya no hay forma de escuchar nada... El DVD prehistórico, que usamos para ver vídeos de música o alguna película suelta de vez en cuando, dice que no, que lo precaliente primero como en una buena sesión erótica, y si entro al trapo y me cabreo con los largos preliminares me manda a la mierda y entra en estado de catalepsia. Las baterías de los teléfonos móviles sencillamente se suicidan después de unos meses de convivencia. Y ahora le ha tocado el turno a la de la cámara de fotos.
Me da mucha rabia, porque teníamos una relación muy estrecha, siempre juntas a todas partes, y compartiendo ideas para adornar las anécdotas del blog o para promocionar algunos actos del Sunshine...
Ya habíamos tenido una crisis grave el año pasado, pero al menos en aquella ocasión me dio pequeños avisos y pude hacer que mi hermana me trajera una batería y un cargador nuevos. Esta vez no. Esta vez, sin discusiones previas, decidió dejarme en la estacada justo cuando teníamos la cita más importante de la semana: actuaba la Holy Family Band en el Sunshine el martes pasado. Estuvo muy bien, una noche muy divertida, y, puesto que de momento van a seguir con nosotros todos los martes y sábados, las fotos me hubieran venido muy bien para nuestra página del Facebook. Pero no, ella ha decidido unilateral y repentinamente acabar con nuestra relación. Y se ha muerto.
No sé si se trata de una ruptura definitiva o si podré arreglarlo de algún modo. No sé si conseguiré aquí los accesorios para camelármela de nuevo o tendré que esperar a que venga alguien con una batería nueva. Ahora mismo me siento como el hombre de la gabardina esperando por su transistor... ¡Necesito mi cámara! Aunque no fuera nada del otro mundo, ¡la quería tanto!

lunes, 1 de febrero de 2010

EL HOMBRE DE LA GABARDINA

El hombre de la gabardina siempre viste de oscuro –algo no muy frecuente aquí, donde a la gente le gusta lucir colores claros y brillantes–. No está muy bien de la cabeza, pero siempre me reconoce, me saluda y me da pequeños regalos –collares, pulseras– a cambio de algunos cigarrillos o unos dalasis para comprarse un tapalapa –el pan local, riquísimo–. Una vez hasta se empeñó en regalarme su rosario, que yo he colgado en la cabecera de mi cama a ver si su Dios me da suerte...
El hombre de la gabardina tiene una obsesión: conseguir un pequeño transistor para llevarlo consigo a todas partes y escuchar las noticias. Y le hace ilusión que yo se lo traiga de España. Le he prometido que intentaré conseguirle uno cuando venga alguien a verme...
No es la única petición que tengo. A veces me agobio un poco porque la gente suele pedirme cosas (un bolso nevera para vender refrescos en la playa, el apadrinamiento de un niño huérfano, medicinas, o que les cure tal o cual enfermedad...) sin darse cuenta de que se salen de mi alcance, porque ahora yo estoy en el mismo barco de esta Gambia que sobrevive cinco o seis meses al año –durante la temporada turística– y que luego nos envuelve a todos en la niebla de la incertidumbre y la mera supervivencia...
Pero sí, al final tengo que reconocer que en general tengo más posibilidades que la mayoría de mis vecinos para hacerme llegar algunas cosillas con mis visitantes de España y me hace feliz poder entregar un abrigo, unos zapatos, o pagar un año de escuela a alguien que lo necesite.
Ahora lo tengo difícil con la más extraña de las peticiones: «encontrar una novia española», así que mientras aparece –que todo puede suceder en esta Gambia Mágica–, intentaré conseguirle un transistor al hombre de la gabardina...


miércoles, 27 de enero de 2010

SOÑAR CON COCODRILOS

Dicen que soñar con cocodrilos es signo de mal agüero, que alguien cercano intenta hundirte con malas artes (el cocodrilo representaría a un policía o un comerciante desleal). O que tus instintos animales, tus vicios más ocultos, están saliendo a flote.
Y las dos posibilidades podrían ser ciertas, la verdad: no quiero hablar ahora de las inspecciones-sorpresa o las redadas policiales cuando mis chicos intentan repartir publicidad del Sunshine, y, bueno, tampoco voy a reconocer que sí, que mis bajos instintos están más desatados aquí en África (¡¡Humm, y qué rico!! Me siento viva cada día).
Pero en realidad creo que la razón por la que soñé con uno es más simple: es que hay uno en la laguna que está entre nuestro chiringuito y el hotel Ocean Bay. Lo vi hace un año. Es pequeñito y muy mono; los turistas vienen a verlo y le sacan fotos cuando hay suerte. Sin embargo, cuando a veces recorro sola el camino de casa al Sunshine por las noches –en total oscuridad si no hay luna– no puedo evitar pensar: «¿Y si no está solo? ¿Y si su mamá, su papá, titos, primos y demás familia están con él? ¿Y si les da por salir de paseo?». Y luego, cuando ya he llegado y me siento en mi mesa del rincón, resoplo y me digo: «¡Qué tonta! Si los cocodrilos no salen de su charca..., que, además, está lo suficientemente lejos...». Y me tomo una cerveza alegrándome de estar viva; de sentirme viva cada día, quiero decir...
Ay, pero es que la semana pasada leí que el cocodrilo del Nilo –que es la especie que tenemos aquí–, aunque normalmente vive en lagos y ríos, es capaz de recorrer largas distancias por mar. Y claro, entonces fui y soñé que me estaba bañando en la playa –la nuestra está en el estuario del río Gambia– y que de repente me entraba un miedo terrible a que apareciera un cocodrilo, y quería salir del agua, y las olas me hacían ir demasiado despacio, y yo corría y corría hacia la arena...
No creo que la culpa de mi sueño la tenga mi competidor desleal, ni mis instintos más salvajes, ni siquiera el pobre cocodrilito que vive en la laguna cercana..., no, la culpa es definitivamente de Steven Spielberg, que me dejó traumatizada con sus malditos tiburones, a los que ahora yo, por simple localización geográfica, he de añadir los cocodrilos...


lunes, 11 de enero de 2010

MI JARDÍN: EL HOMBRE

Mi jardín es todo un mundo mágico y maravilloso donde pueden suceder las cosas más extrañas. Algún día hablaré sobre las criaturas que lo habitan o pasan por él (ahora ando loca con un grupo de abubillas arbóreas verdes que me hacen las mil delicias). O contaré sobre la repentina invasión que sufrí una mañana para celebrar una boda secreta. O sobre el jardinero que se autocontrató y al que me encontré trabajando por sorpresa un día. O de cuando se convirtió en un gimnasio para los chicos del barrio. O de cuando un hombre apareció muy temprano a la puerta de casa sin nosotros saber cómo traspasó la del jardín para atravesarlo...
Pero hoy tengo que hablar de otro hombre, del que se me coló el sábado.
Era temprano por la tarde –aún hacía calor y el sol lucía bien visible– cuando tocaron suavemente a la puerta exterior, la del jardín. Abrí confiada pensando que era alguno de los chicos “Sunshine” a buscar agua otra vez –que ese día estaba cortada en todo Bakau y que ellos saben yo atesoro en dos grandes cubos porque en mi casa está cortada casi siempre– y me encontré con un señor mayor que, haciendo gestos con las manos hacia dentro y murmurando algo en mandinka, entró con decisión.
Aquí se reverencia a las personas mayores; a los hombres que pintan canas y arrugas se les llama “Uncle” o“Daddy”, y se les trata con mucho respeto, así que yo, al ver que este daddy entraba como Pedro por su casa, pensé que era un daddy mandado por el Daddy arrendador a comprobar algo, o quizás el fontanero (al que llevamos un año esperando). Viendo que no hablaba inglés le pregunté si era el “plumber” señalando las tuberías viejas y el me dijo que sí con movimientos afirmativos de cabeza. Pero no. No era el “plumber” ni caminó hacia las instalaciones del agua, sino que me siguió por el jardín y trató de entrar conmigo dentro de la casa, a donde yo me dirigí nerviosa para telefonear a Lamin –mi pareja, para que viniera a ayudarme–. Allí, a la puerta, le cerré el paso y me fijé mejor en él: iba desaliñado, con los ojos enrojecidos y las uñas de los pies –sucias– tan largas y retorcidas que casi se le salían de las esclavas y se clavaban en el suelo... Traté de preguntarle lo que quería mientras caminaba otra vez hacia el jardín haciendo que me siguiera, pero él sólo respondía incoherencias en mandinka... Entonces me di cuenta de que era uno de esos hombres locos que vagan por las calles y, un poco asustada, me dirigí a la casita del jardín donde mi cuñado Alagie dormía. «Sal a ayudarme, por favor, sal, que no entiendo nada». Él tardó un poquito en venir afuera y otro poquito en entender lo que quería El Hombre: dinero para pagar la renta, decía... Como pudimos lo dirigimos hacia el exterior y Alagie, ya en la carretera de tierra roja –y mientras los guardianes del compound de al lado nos hacían señas para que no le creyéramos ni le diéramos nada–, le explicó que no podíamos ayudarlo porque también éramos pobres.
Pero un Daddy es un Daddy, aunque esté loco. Y Alagie regresó a su habitación, rebuscó en sus bolsillos y volvió a salir para entregarle 10 dalasis. Las canas aquí se respetan siempre. Y la pobreza de los más pobres que tú también.
(Estaba terminando de escribir esta entrada cuando han tocado a la puerta del jardín otra vez –dos días después– con esos golpecitos suaves. Esta vez abrí con cautela y dispuesta a cerrar rápidamente si la ocasión lo requería... Y me encontré con otro daddy de ojos extraviados: ¡¡el fontanero!!)


sábado, 9 de enero de 2010

REYES MAGOS EN KARTUNG

Aquí los regalos son algo muy importante. Cuando alguien viene de Europa –turistas, amigos, familiares–, los gambianos y los residentes de largo tiempo siempre agradecemos cualquier cosita que puedan dejarnos: ropa –nueva, usada, o «de moda»–; perfumes o cosmética difícil de conseguir; zapatos o teléfonos móviles –que aquí se estropean con mucha facilidad por el clima y el estado de las carreteras–... Por mi parte, siempre que alguna visita me pregunta qué puede traerme, hay algo –aparte de una cremita hidratante, algún libro, o embutido– que no falla: un par de latas de berberechos.
Hace dos semanas vino mi hermana, pero la mala suerte, o mejor dicho, la desastrosa actuación de Spanair, hizo que sus maletas no llegaran y junto con su ropa y enseres personales, perdidos en el limbo aeroportuario, se quedaron mis regalos: un libro, alguna prenda de ropa, ¡salmón ahumado!, ¡chorizo de Teror!, ¡y dos latas de berberechos!
Éstas han sido unas fiestas navideñas un poco desnavideñadas, por algunos problemas familiares en España y porque el día de Nochebuena estuve «sola», quiero decir sin la compañía de ningún familiar o amig@ de allá, del mundo blanco y cristiano, sí mi gente de aquí, para los que por suerte o por desgracia la Navidad no significa nada... Luego llegó mi hermana, cansada y sin maletas, y el 31 de Nochevieja se vio sólo alegrado por la presencia de un grupo de españoles con los que estuvimos tamboreando en el Sunshine hasta las tres de la mañana.
Así las cosas, ella sin maletas y nosotros capeando la crisis como podemos, decidimos «pasar» de las fiestas y de los regalos de los Reyes Magos, y organizamos una excursión a las playas del sur para el miércoles siguiente. Sólo unas horas después de levantarnos y cuando ya salíamos en el coche nos dimos cuenta de que precisamente era 6 de enero, día de Reyes. Cuando llegamos a la playa de Gunjur –larga, solitaria, con ese paisaje maravilloso de vegetación tupida hasta la orilla– y nos echamos a caminar, nos topamos con un regalo inesperado: la arena estaba cubierta de conchas y caracolas de todos los tamaños y colores. Mi hermana y yo nos miramos y sonreímos: ¡Ya tenemos nuestros reyes! Algunas eran tan grandes que de inmediato exclamé: ¡Ya tengo mis ceniceros! Y es que precisamente unos días antes había advertido que los del Sunshine estaban desapareciendo a un ritmo vertiginoso –seguramente llevados como recuerdos– y que necesitaba comprar unos nuevos...
Luego seguimos nuestro camino hacia el sur; queríamos ver la playa de Kartung, pero por alguna extraña casualidad, Lamin –que conducía– no lo entendió y nos bajó directamente al río, donde ya entré en éxtasis Mágico-Real cuando vimos a unas mujeres sacando y trasteando con cestas llenas de moluscos que resultaron ser ¡¡berberechos!!
¡¡¿Quién dijo que los Reyes Magos no existen?!!








DE VUELTA


Sí, ya sé que hace mucho que regresé a Gambia y mucho que no escribo, pero es que ese viaje a Gran Canaria me sacó de mi mundo y del tono anecdótico que pretendía para este blog; por no hablar de la experiencia con la embajada española en Dakar –con un trato vejatorio, despótico e irónico por parte de algunas personas (en las largas colas de los negros, por supuesto)–... Total, que no me apetecía hablar de ello y fui dejándolo para cuando recuperara mi estado “natural” y mi registro gambiano.
Ya llevaba más de un mes aquí cuando decidí que había llegado el momento de continuar con mis pequeñas vivencias en Bakau y dejar para más adelante ese agujero de tres meses –retomándolo, quizás, en un futuro de forma retrospectiva y con el velo reparador del tiempo y la distancia–; pero entonces murió Rastamán, uno de los nuestros en la playa y en el Sunshine, y volví a descolocarme...
El miércoles, día de los Reyes Magos en España, recibí algunos regalos inesperados y realmente mágicos por parte de Gambia y la Naturaleza (lo subo en el siguiente post), y con ellos las ganas de seguir con mis pequeñas historias cotidianas. ¡Aquí estoy de nuevo!