lunes, 1 de febrero de 2010

EL HOMBRE DE LA GABARDINA

El hombre de la gabardina siempre viste de oscuro –algo no muy frecuente aquí, donde a la gente le gusta lucir colores claros y brillantes–. No está muy bien de la cabeza, pero siempre me reconoce, me saluda y me da pequeños regalos –collares, pulseras– a cambio de algunos cigarrillos o unos dalasis para comprarse un tapalapa –el pan local, riquísimo–. Una vez hasta se empeñó en regalarme su rosario, que yo he colgado en la cabecera de mi cama a ver si su Dios me da suerte...
El hombre de la gabardina tiene una obsesión: conseguir un pequeño transistor para llevarlo consigo a todas partes y escuchar las noticias. Y le hace ilusión que yo se lo traiga de España. Le he prometido que intentaré conseguirle uno cuando venga alguien a verme...
No es la única petición que tengo. A veces me agobio un poco porque la gente suele pedirme cosas (un bolso nevera para vender refrescos en la playa, el apadrinamiento de un niño huérfano, medicinas, o que les cure tal o cual enfermedad...) sin darse cuenta de que se salen de mi alcance, porque ahora yo estoy en el mismo barco de esta Gambia que sobrevive cinco o seis meses al año –durante la temporada turística– y que luego nos envuelve a todos en la niebla de la incertidumbre y la mera supervivencia...
Pero sí, al final tengo que reconocer que en general tengo más posibilidades que la mayoría de mis vecinos para hacerme llegar algunas cosillas con mis visitantes de España y me hace feliz poder entregar un abrigo, unos zapatos, o pagar un año de escuela a alguien que lo necesite.
Ahora lo tengo difícil con la más extraña de las peticiones: «encontrar una novia española», así que mientras aparece –que todo puede suceder en esta Gambia Mágica–, intentaré conseguirle un transistor al hombre de la gabardina...


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